A veces estamos tan implicados en lo que hacemos que no nos damos cuenta de lo que estamos viviendo hasta que lo vemos fuera.
Sobretodo he visto este efecto en parejas: necesitan ver, oír, sentir lo que sucede desde la posición del espectador. Y ahí les resuena y se emocionan y se dan cuenta de que también les está pasando a ellas.
Y digo ellas, porque los hombres al ser menos emocionales, o no son tan dependientes o vienen menos a terapia.
No entro a juzgar lo que hay de cierto o no en el drama de Rocío Carrasco, no lo conozco lo suficiente. Relato lo que me cuentan estas mujeres de sus propias relaciones:
Hay mujeres que cuando se divorcian, para que los hijos no sufran, les dan una imagen del padre excesivamente idílica. Si además el padre, cuando se pelean los hijos con ella, “los rescata”, se los lleva a su casa, ya está el montaje hecho: mamá mala, papa bueno.
Un hijo puede llegar incluso a sufrir una fobia a su madre, sin que ésta haya hecho nada más allá de lo citado.
También hay mujeres a las que les han enseñado a ser tan generosas, que carecen de límites. Y a más maltrato recibido, más aumenta su generosidad como una forma de contentar, a un padre, a una madre, a un hijo o una pareja.
Tratan de tener una buena relación y sólo logran más insultos, desprecio e injusticias. El enfado sirve para poner límites, o al menos para intentarlo.
Más no es mejor.
“¡Estoy harta!”, “Hasta aquí he llegado!” funciona.
Empieza a poner límites y a decir: “No”.
No se trata de dejar de dar y volverse completamente egoísta, sino de regular cuánto se da, cuándo se da y a quién. Encontrar los límites adecuados para que una relación funcione.
Se trata de mirar primero por uno mismo para no condenar a tu pareja a que haga por ti lo que te corresponde cuando ya eres adulto. Y no pasarte.
Los niños ven al padre o a la madre a través de los ojos del cónyuge.
Es así, creemos lo que nos dicen.
También es verdad que nadie es absolutamente malo ni absolutamente bueno.
Quien más, quien menos , todos tenemos defectos y virtudes.
Es conveniente permitir a los demás ver la realidad, la verdad, y ocupar su lugar en la familia, aunque estén separados.
Tachar de mala persona a otro a veces se vuelve en contra y del revés, y en la adolescencia el hijo, que trata de crearse una identidad, se va en busca de esa persona “tan mala”.
Si quieres que los demás te valoren, empieza tu a valorarte.
Si no lo haces tu primero, no lo harán los demás.
Si te valoras y pones límites a los demás, los demás empiezan a verte.