Vienen más personas a consulta por problemas de exceso de generosidad que por exceso de egoísmo.

Los más generosos tienden a tener más conciencia y responsabilidad, los más egoístas suelen dejar las culpas fuera.

Nos clasificamos en una de las dos categorías: O somos de los que damos y somos buenos o de los que no damos y somos malos.

Y nos olvidamos de que las generalizaciones son falsas en un 99%.

Ese amor incondicional, que da al otro todo lo que necesita, corresponde únicamente a los padres , y sólo tiene sentido hacerlo con un bebé, un niño tan pequeño que todavía no puede atender sus necesidades.

Si lo hacemos con un hijo de 20 años que está en plan “nini”, le estamos enseñando la profesión de mendigo.

¿Es bueno o malo? Es necesario salir de esta limitada clasificación para entender cómo funciona el mundo.

Un mundo de buenos y malos

Cuando queremos sentirnos bien, tratamos de “ser buenos”, haciendo lo que nos han enseñado que es “ser buenos”. No lo cuestionamos.

Pero nos preguntamos ¿qué obtenemos de “ser buenos”? ¿Es lo que querías?¿Vale la pena el esfuerzo que te has tomado para hacer que el otro esté contento?

Muchas veces tratamos de complacer o comprar el amor del otro a través de la generosidad. ¿Lo consigues? ¿Por cuánto tiempo?

Y llamamos “malas” a las personas egoístas. Son personas que buscan su propio bienestar. Están mal vistas, así que no me queda otra que obtener lo que necesito a través de otra persona.

Es muy frecuente en las familias: Yo te doy y tu me das a cambio.

El problema es que no es una regla explicita, no esta verbalizada, solo damos por supuesto que será así.

Así que cuando hacemos tanto y no obtenemos lo que esperábamos, nos enfadamos y reprochamos: “Me he sacrificado…y no me lo agradecéis”

Pero ¿te lo han pedido? ¿o lo has dado por supuesto?

Un mundo de probabilidades, sin certezas

Nacemos en una familia que nos da todo lo que necesitamos y cuya tarea consiste en enseñarnos a ser adultos y valernos por nosotros mismos.

A medida que crecemos vamos aprendiendo a atender nuestras necesidades: Aprendo a echar la ropa sucia a la cesta, …a vestirme,…poner la mesa,…a organizar la mochila del día siguiente,…cocinar,…hacer deporte,… cuidarme, y muchas cosas más.

Aprendemos a ser autónomos y a la vez vivir y trabajar en equipo.

La familia también nos transmite un conjunto de valores y creencias, muchas de ellas no habladas, “se suponía en casa que así era”. Y nos tragamos todo sin masticarlo, sin reflexionar sobre ello, sin preguntarnos que opinábamos de ello. Eramos niños y sólo alguna la cuestionábamos. Así era la vida.

Salimos al mundo y descubrimos que no es así para todos.

Funcionamos según la regla de “haz por los demás lo que te gustaría que hicieran por ti.” Y para nuestra sorpresa, ¡no funciona!

Tratamos de vivir en un mundo de certezas donde reinan los absolutismos, donde los buenos son buenos y los malos son malos, para descubrir que falla.

Y falla porque no existen las certezas en un 99%.

Este mundo es de probabilidades, donde ser mas o menos bueno o malo.

Una persona que es egoísta y se cuida, esta siendo generosa con los demás al no colgarles la tarea.

Una persona que es generosa y en ocasiona no da, se esta permitiendo poner limites reconociendo las capacidades y recursos de otra persona.

El nivel de ética más adulto dice: ”Haz lo que consideres mejor para ti y todos los implicados en la situación”.

Consiste en hacer lo que más beneficia a todos.

La relación de pareja falla cuando uno es el que da y el otro el que toma.

Implicarse en una relación es diferente de “darlo todo”.

El amor en la pareja funciona sólo si es condicional: Los dos han de dar y recibir un 50 % para que funcione.

No conviene tampoco estar disponible siempre para la pareja como harían unos padres con sus hijos pequeños. Un exceso de disponibilidad aburre y mata el deseo.

La relación de pareja es una relación entre iguales, reversible, en la que se acepta que el otro no es ni mi padre ni mi madre. Por tanto el amor es condicional y al 50%.

Si hay uno que da, el generoso, y se pasa mucho, el otro se va a sentir incapaz de dar tanto y se rendirá.

El camino del generoso es aprender a recibir.

El camino del egoísta es aprender a dar.

Un día deje de vivir en un mundo de buenos y malos.

Un día dejé de vivir en un mundo de buenos y malos.

No conocía a nadie que lo fuera al 100%.

Empecé a poner más adjetivos y empezaron a salir más cualidades.

Un día dejé de intentar superarme. No soy ni más ni menos que los demás.

Y al hacerlo dejé de compararme.

Un día empecé a aceptarme tal y como era en ese momento y empecé a conocerme.

Un día empezó a gustarme el mundo tal y como es.

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