La luna llena satura de clientes la consulta.

No necesito mirar el calendario lunar para saber en qué fase está.

No traen problemas nuevos.

Creo que la luna sobretodo hace un efecto de resonancia, de altavoz de las inquietudes internas que tenemos.

Es como si alguien viniera, nos cogiera por los brazos y nos sacudiera diciéndonos: “¿Pero no te das cuenta de que…?” Y que lo que teníamos rondándonos por la cabeza, saliera a flote.

La luna mueve mareas, ¿cómo no va a mover a las personas?

Hay teorías que hablan de la influencia que tienen los planetas en las personas. Yo voy a limitarme a hablar un poco, porque es un tema muy extenso, de cómo podemos afrontar las sensaciones y las emociones que percibimos de afuera.

Yo, cuando tengo alguna sensación desconocida no sé si procedente de algún planeta o no, a la que no logro ponerle nombre, simplemente la dejo pasar y acaba yéndose en pocas horas.

En un mundo cambiante, los problemas surgen de la incapacidad para adecuarse a las diferentes situaciones.

La queja más frecuente que aparece es que afectan demasiado las cosas que suceden fuera, situaciones o personas.

Y como seres humanos es normal que nos afecten, pero a veces reconozco que en exceso.

Hay incluso una clasificación que está de moda ahora, llamada P.A.S. = Personas Altamente Sensibles, que está sirviendo para montar cursos defendiendo ese exceso de sensibilidad en las personas.

Tampoco me parece prudente esta actitud.

Los problemas a nivel psicológico surgen generalmente de la rigidez de patrones de funcionamiento. Pretendemos que mañana todo siga igual y que el futuro sea previsible. Tratamos de evitar la duda y la incertidumbre del mañana. No se puede.

No vivimos en un mundo de certezas sino de probabilidades.

En un mundo cambiante, los problemas surgen de la incapacidad para adecuarse a las situaciones diferentes.

No se trata de adecuarse de una forma normativa: “Todos han de hacer esto para ser aceptado”.

Se trata de una adecuación en función de la situación y el momento que estas viviendo tú, qué necesitas, qué es lo que conviene que hagas para tu bienestar y el de los que te rodean.

Recuperamos el bienestar afrontando la situación y siendo resolutivos

La gente, ante el malestar, trata, en primera opción, de cambiar el mundo: “Que no me digan eso, que no haga lo otro, que me entiendan…” quiere evitar eso tan desagradable. ¡Casi nada!

Cuando tratamos de evitar algo, nos vamos derechitos a ello. “ Nunca digas de este agua no beberé” que decía mi abuela. Y encima nos quedamos frustrados al no poder conseguirlo.

Y la segunda opción, la alternativa, es desensibilizarse.

Los robots son insensibles, los seres humanos no.

Cuando tratan de huir del dolor y el malestar y lo cronifican en forma de sufrimiento.

Además la insensibilidad lleva a no poder protegerse del peligro ni del daño.

Y la salud depende de que seamos sensibles a las tensiones, el estrés, por ejemplo, para poderlo soltar y recuperar el estado de relajación.

Sentir el cuerpo es sentir la vida.

La mejor opción para mí es aprender a regular y manejarse con la sensibilidad.

Cada situación requiere un grado de sensibilidad diferente para sentirnos a gusto.

Os ofrezco tres trucos para empezar a manejaros con el exceso de sensibilidad y que facilitan la convivencia.

Disminuir el malestar y el dolor físico.

Una vez fui con una amiga a comprarse zapatos. Vio un par en el escaparate que le recordaban a unos que se compró hace años y que le hacían tanto daño que no pudo apenas usarlos. Se puso a contarme cuánto le dolían mientras esperábamos que se los trajeran para probar. Casi pega un grito al meter el pie en el zapato. Se lo quitó como si quemase. Se estuvo probando otros zapatos y cuando se lo volvió a probar, se dio cuenta de que no era para tanto.

El dolor físico tiene un gran componente subjetivo que podemos aprender a manejar para regular lo que percibimos.

Si centramos la atención en el dolor lo vamos a aumentar, si le quitamos atención, disminuirá.

Podemos alargar el movimiento de la respiración hasta las caderas, hacerla más profunda. Entonces aprovechamos para imaginar que un poquito de ese dolor puede marchar con cada exhalación.

Para disminuir la atención podemos fijarnos, además de la respiración, en otras partes del cuerpo que no duelan. Podemos poner adjetivos que no sean “bien” o “mal”. Por ejemplo suelto, relajado, tenso, cosquilleo, ligero, etc.

Vale la pena probarlo.

En otro momento entraré en el extenso tema de las somatizaciones. Te adelanto que escribir es un método comprobado y efectivo.

La critica interna aumenta la sensibilidad de lo desagradable

La critica, como la luna llena, también tiene un efecto de resonancia.

Si viene alguien y me dice: “Eres tonto”, me afectará, sobre todo, si es algo que me suelo decir a mí mismo.

Insultarme es como abrir una ventana por la que las palabras de los otros entran y me ofenden profundamente.

Para estar menos sensibles a lo que nos dicen los demás, necesitamos tratarnos con respeto y cambiar, por ejemplo, los insultos por adjetivos más concretos y cariñosos : estoy un poco patosa, hoy estoy distraída, etc.

Luego más tarde ya reaccionaremos sin tantos comentarios, y haciendo una crítica constructiva en la que valoremos lo malo y lo bueno, y buscaremos propuestas para mejorar.

La crítica interna machacona nos produce ojeras, nos vuelve susceptibles y nos baja la autoestima.

La crítica constructiva nos protege, nos respeta y nuestra autoestima está sana. Cuando alguien nos insulta, no nos ofende, sólo pensamos “qué mal rollo lleva”.

El exceso de empatía deja demasiado sensibles a las personas.

Me vino un día una pareja, ella deprimida, el muy crítico. Estaba convencido de estar ayudándola a mejorar cuando le ordenaba que saliera de la cama y se pusiera a trabajar. No lo conseguía, así que hacía lo que solemos hacer, intensificar, más de lo mismo.

Pasamos a explorar cuál era su intención positiva más profunda cuando hacía eso. Y me dijo: “Soy muy empático, así que necesito que los que están a mi alrededor estén bien para estarlo yo.”

Esa es la necesidad del niño pequeño que vive a través de los padres. Cuando somos adultos necesitamos reconocer nuestras propias emociones y las de los demás, y no siempre son iguales.

Cuando las emociones son agradables, disfrutemos juntos.

Pero cuando hay enfado, ¿nos conviene empatizar con el enfado del otro? Mejor no. Es más conveniente respirar profundamente, reconocer nuestro estado y a partir de ahí actuar.

¿Es conveniente empatizar con la depresión de un amigo? Tampoco. Está bien reconocer a la otra persona, eso le ayudará. Estar ahí, si quieres, acompañando, pero centrado en tu respiración.

Es necesario respetar nuestro bienestar, darnos permiso para estar bien aunque el otro esté mal. Lo preferirá. Podremos ayudar mejor desde un estado de bienestar que empatizando demasiado con sus emociones.

Dicen que el aleteo de una mariposa repercute al otro lado del mundo.

Cambiar el mundo que nos rodea es muy difícil. Es mucho más fácil cambiar uno mismo. Entonces el mundo en el que nos movemos también cambiará.

La luna llena nos inquieta y nos saca de nuestra zona de confort, pero está de nuestra parte y ayuda a resolver esos temas que tenemos pendientes.

Marta Vidal, psicóloga en Valencia

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