Nos rodean, nos envuelven, toman el poder y perdemos la dirección, y hasta nuestra identidad, ¿quién soy?, ¿qué quiero? Toman el mando.
¿Quién no se ha metido en una discusión y ha llegado a un punto en el que ya no sabe ni de que discute?
Las emociones están interconectadas con el cuerpo y con la mente.
Demasiada emoción deja en segundo plano características más intelectuales como el paso del tiempo, y el objetivo que llevamos.
No tienen edad, no envejecen. Y son atemporales, el hemisferio derecho no tiene registro del paso del tiempo. Por eso a veces tenemos la sensación de que nunca vamos a dejar de llorar.
No podemos discriminarlas. Estamos más o menos cerrados emocionalmente, pero no podemos elegir cuáles queremos sentir. Lo más que puedes obtener es enterarte o no de lo que sientes y somatizarlas.
Y son absolutas, envuelven a todo el ser humano. Las alimentamos con nuestros pensamientos a menudo, hasta que nos desbordan. Y no nos damos cuenta de que lo hacemos.
La Terapia Gestalt resalta la importancia de dar expresión a las emociones para obtener un buen equilibrio energético.
La falta de expresión produce, por ejemplo, que si te aguantas el enfado acabas explotando, y si rechazas la tristeza, te vas a la ansiedad.
Las emociones, aunque está de moda clasificarlas, no las considero positivas ni negativas, ni están para gustarnos. Las emociones son la expresión de lo que sentimos. Y eso nos permite mantenernos sanos, como explico más adelante.
Las emociones es lo que nos relaciona con las demás personas, y nos permite regular la distancia emocional.
Tomar medicación , algo en ocasiones necesario, equilibra emocionalmente dejando planas las emociones. Con esto se elimina el malestar que no deseamos pero también el bienestar, por ejemplo, de las relaciones sexuales.
Cuando decimos que alguien es frío , nos referimos a alguien distante y que se relaciona poco con los demás.
¿Cómo rechazamos?
Cuando pregunto: “Un cuchillo ¿es bueno o malo?
Casi todos me responden: “Malo”
¿Y si lo maneja un cirujano?¿Y si estás haciendo la comida?
Que algo sea bueno o malo depende sobre todo del momento, de la situación, de quién lo maneja , de qué hace con él, de las creencias y de la intención.
Las emociones nos resultan agradables o desagradables en función del grado de rechazo que sentimos hacia ellas.
Cuando nos sentimos mal con alguna, lo que en realidad estamos sintiendo es nuestro rechazo hacia la emoción.
Cuando las aceptamos, sin juzgarlas, encontramos su función y su utilidad. Podemos recoger la información que nos dan y que las hace imprescindibles para nuestra supervivencia.
El bienestar de las emociones se obtiene reconociéndolas, sintiéndolas y aprendiendo a gestionarlas.
Eso sí, es necesario que aceptemos que la naturaleza de la emoción es llegar y marchar. Si las inmovilizamos con creencias como “he de estar siempre alegre” o luchando contra ellas como “he de ser fuerte y no llorar”, las bloqueamos. Eso sí que crea un problema.
Virginia Satir, una gran psicoterapeuta, definió la autoestima como “lo que sientes con lo que sientes”.
Cada vez que rechazamos lo que sentimos, estamos rechazando algo nuestro, parte de nuestra percepción sobre la situación que vivimos.
Cada vez que rechazamos lo que sentimos, estamos disminuyendo nuestra autoestima.
Cada vez que rechazamos lo que sentimos, estamos reduciendo nuestra percepción de la realidad.
Podemos reconocer, en función del tipo de situación, 3 tipos de emociones:
Emociones primarias, que están ligadas a la situación que estamos viviendo. Nos llegan espontáneamente, en el presente, y son las más sanas.
Por ejemplo cuando recibo una noticia que estaba deseando y siento alegría, o cuando me separo de alguien querido y siento tristeza.
Emociones secundarias o instrumentales, son emociones que utilizamos porque creemos que son las convenientes en una situación. Por ejemplo cuando estoy de bajón y utilizo el enfado y la rabia para sentirme más fuerte. O cuando creo que debo sonreír aunque esté cansada.
Emociones heredadas, por empatía del bebé con la madre y el padre, no suele ser una cuestión genética aunque haya una predisposición.
Las vivimos como sensaciones que “han estado siempre ahí”, como sentimientos más permanentes. Por ejemplo una tendencia a la melancolía o una expresión de decepción, incluso cierto tipo de ansiedad, con la respiración muy alta y que no suele ser reconocida por la persona que la tiene, pero que facilita los ataques de ansiedad y de pánico.
De estos tres tipos, las más sanas son las primarias.
Las secundarias es conveniente ir soltándolas para ir dejando lugar poco a poco a las primarias, es decir, ir dejando de imponernos unas emociones porque nos parecen más convenientes e ir permitiendo que emerjan las que están ligadas realmente a la situación. Por lo menos entérate de lo que sientes, luego ya gestionaras su expresión.
Y las emociones heredadas conviene reconocer a quién pertenecen, la situación que se las provocó, respetarlas y dejarlas con esa persona. Ni a ti ni a tu familiar le va a ayudar que las copies y las mantengas. Recuerda que las emociones tienen por naturaleza llegar y pasar, no quedarse fijas.
Es importante reconocer que las emociones no están para que nos gusten.
Las emociones, sobretodo cuando son primarias, nos dan información de la situación presente:
Alegría: expresa expansión , satisfacción.
Tristeza : viene asociada a perder algo o alguien importante. Puede ser una pareja, un ideal, un objetivo, un trabajo.
Enfado, rabia, frustración, celos, envidia, fastidio: hay un límite, es necesario poner, quitar o respetar y aceptarlo.
Miedo: me indica la relación entre el riesgo que presenta una situación y los recursos de que dispongo.
Vergüenza y culpa: surge cuando me he saltado una norma. Algo prohibido o criticado en casa, en mi familia de origen, o en la sociedad. Tiene mucho que ver con la forma de juzgar lo que hacemos, y dónde y cuándo sucede. Por ejemplo, hacer el payaso está muy bien considerado en un circo, en la televisión, en un hospital infantil, y hay familias en las que no se permite hacer tonterías. Cuando las hacen se van a sentir culpables. Es necesario dejar pasar esta culpa y seguir haciendo algo tan saludable como hacer tonterías.
¿Qué podemos hacer con las emociones para empezar a manejarnos?
Es conveniente empezar por reconocerlas y aceptarlas, y eso no implica que te tengan que gustar, sólo que están ahí, que las estás sintiendo.
Pueden surgir emociones opuestas, dos o más simultáneamente, cuando empezamos a explorar el mundo emocional. También pueden surgir cadenas de emociones que van apareciendo a medida que las reconoces.
Hay razones del corazón que la mente no entiende, por lo que es conveniente tratar de no juzgar. Y también es necesario aprender a expresar las emociones para poder entenderlas, es más fácil.
Las emociones a veces son muy ruidosas y cuesta escucharlas, por lo que conviene escribir. Escribir desde las emociones que estamos sintiendo equilibra el hemisferio derecho e izquierdo del cerebro y tranquiliza. Al acabar de vaciar la emoción en el papel, sentiremos alivio.
Si estás con agobio no releas. Si deseas conocer la emoción espera al día siguiente por lo menos.
Un estudio realizado por el American Journal of Gastroenterology, demostró que escribir durante media hora al día, cuatro días por semana, lo que se experimenta emocionalmente, mejora el intestino irritable y otros problemas abdominales. También se han obtenido resultados positivos con enfermedades crónicas, depresión, artritis reumatoide, dolor crónico, sida e hipertensión. Vale la pena.
Cuando la emoción es intensa, además de escribir, conviene hacer ejercicio físico. Caminar, pasear o correr, preferiblemente algún ejercicio que sincronices con tu estado de ánimo y te permita sentir como te relajas.
No se trata de olvidar y cerrar las emociones, sino de regularlas.
Y, como cada emoción tiene una respiración característica, si aprendes a calmar y centrar la respiración, conectaras con el presente y sentirás serenidad.